martes, 18 de enero de 2011

Ojo por ojo.

Unas lágrimas pixeladas brotando de un ojo a medio soñar. Se despiden, allí, en pedacitos amorfos, todo lo que nunca fue. El vicio de los defectos de caramelo, de enmudecerse en gutural, de amar en onomatopeyas debe ser borrado. Desconfigurar la carne, moldear el hueso, tragarse el espejo.
Hay un ruido. Un ruido que da la sensación de tener llagas en la boca. Un ruido que da la sensación de estar leyendo el camasutra en braile. El murmullo de la conciencia se construye a base del ruido ajeno. La consciencia no es nuestra, sino de ellos. Entre el espejo y el reflejo, todos los extraños que se esconden.
Él se olvidó de frente al espejo, completamente. De frente al espanto y al no-recuerdo, a la sombra de la sombra, al eco del eco, de frente a la contracara de un rostro desfigurado. Así se olvidó. Un reflejo extranjero.
Un extraño que anhelaba salir del vidrio y matarlo.
Se acomodó la corbata y se peinó ya decidido para ir a la iglesia y simplemente aceptar.